Saludos, comandantes!
Hace unos día os hablaba de Elric de Melniboné, personaje de fantasía épica creado por Michael Moorcock. Pues bien, ahora os traigo el juego de rol que nos sumerge en los Reinos Jóvenes, desafiando a los dioses del Caos y de la Ley, a los señores de la Isla del Dragón y a sus enemigos, los hechiceros de Pan Tang.
Stormbringer vio la luz en el año 1981 gracias a la editorial Chaosium. El sistema que empleaba era el llamado Basic Role Playing, que no era más que una simplificación del sistema creado para Rune Quest. El juego destacaba en muchos aspectos al compararse con otros, ya no sólo por su trasfondo más oscuro, salvaje y, en cierto modo, más adulto, sino también por incorporar un elemento crucial: la Cordura. En el universo de Stormbringer la salud mental juega un papel trascendental, ya que la constante interacción con las fuerzas de la Ley y el Caos, así como con sus agentes, sus demonios y las criaturas que pueblan los Reinos Jóvenes, pueden hacer que la mentalidad de uno decaiga hasta perder la cordura. Así pues, al igual que en La Llamada de Cthulhu (que vio la luz seguidamente), en Stormbringer no sólo debemos estar muy pendientes de nuestra salud física, sino también de la mental.
El juego tenía un sistema de magia bastante peculiar y diferente a otros juegos. Aquí la magia que manipulan nuestros personajes surge a través de los tratos que los hechiceros hacen con demonios de otras realidades y dimensiones, con señores elementales o con poderosas deidades de la Ley y el Caos. Las reglan incluían un sencillo pero divertido sistema para convocar y atar demonios a objetos, creando así objetos hechizados que generalmente estaban dotados de cierta personalidad, la personalidad del demonio encerrado en él. La gracia del juego, al igual que en las novelas de Elric, radicaba en la relación entre los personajes y sus queridos objetos hechizados, los cuales podían llegar a convertirse en verdaderos enemigos con ansias de vengarse de aquel incauto ser que les había convocado y atado a su servicio. Particularmente, como jugador sufrí algún que otro disgusto a causa de cierto demonio insidioso que una hechicera ató a mi espada antes de que ésta le rebanara el cuello. Al final resultó que aquel demonio sentía cierta atracción por la traicionera hechicera pantangiana y no descansó hasta consumir mi alma. Muy poético todo ello,
Stormbringer tampoco es que fuera un juego de los más queridos entre el público, pero sin embargo tuvo la aceptación suficiente como para que en España se publicaran varios suplementos. Creo que fueron unos cuatro o cinco los que publicó la editorial Joc Internacional. Unos años más tarde otra editorial, la Factoría de Ideas, editó el juego Elric, que no era más que una nueva edición del juego con unos pocos cambios y la posibilidad de adaptarlo al sistema d20, que ya por aquel entonces se había consolidado.
Stormbringer me proporcionó un montón de ratos divertidos y dado lo poco conocido que eran los Reinos Jóvenes para mucha gente resultaba un entorno perfecto para crear historias e introducir nuevos jugadores. La verdad es que su atmósfera en ocasiones recordaba a la era Hybórea de Conan, y eso siempre era un buen gancho para muchos aficionados del género.
Seguramente hoy por hoy sea fácil encontrar el reglamento en la red. Si alguno sentís curiosidad no lo dudéis y probad a navegar por los mares de los Reinos Jóvenes y visitar sus esplendorosas y exóticas ciudades. Pero sed cautos, pues sus habitantes no son más que peones en un juego que los ambiciosos y caprichosos dioses llevan jugando milenios...
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